Querido Señor. O, mejor dicho, querido Dios, ya que de señor lo puede ser cualquiera, siempre y cuando tenga un buen comportamiento. En cambio, con un nombre como el tuyo, sólo existe uno. Bien, en este momento, mi preocupación se ha incrementado por la sencilla razón en cuanto a lo que te pedí. ¡Pues todo continúa igual! No sé en qué forma me tengo que dirigir a ti para que mi petición sea escuchada y des protección a esta persona tan importante para mí. Es por este motivo que siento la necesidad de dirigirme otra vez a ti, para que le eches un cable, para que pueda mantenerse a flote en esta sociedad tan injusta.
A mí me gustaría que a partir de este momento, tuvieses una mayor comprensión para con él, pues buena falta le hace. Y aunque no te haya dicho de quién se trata tú y yo conocemos su identidad, pues te lo he comunicado en otras ocasiones. ¡Algo innecesario! Ya que a ti, por ser quien eres, no hace falta darte nombre. No te canso más, pues sé que tienes mucho trabajo en arreglar el mundo. Tàrrega diez de mayo 1994
Texto, del libro historias de cada día.